(No energy to translate today, I wrote too much. Please enjoy the pictures!)
Ando en la recta final de mi entrega de fin de Máster. Llevo días dibujando como una mangaka. De vez en cuando salgo de mi casa y para descansar de dibujar en mi escritorio dibujo afuera (suena a mucho dibujar pero en verdad no es tanto dibujar).
Presentaré un dummy de lo que viene siendo la primera parte de mi primera novela gráfica. Hay mucho que no me gusta de esta primera edición. No paro de repetirme que esto es solo un borrador, una entrega más para sacarme un título que, sinceramente, significa poco para mí más allá de ofrecerme una puerta a, en un futuro, quizás poder ejercer como profesora de arte en una universidad.
Lo que más significa para mí es dibujar la novela. Hacerla lo mejor que pueda, enseñársela a todos mis amigos, llorar, y luego quemarla para empezar de nuevo y hacer otra cosa mejor (alguna cosa más divertida y menos melodramática).

Hace poco fui al cine a ver una película venezolana que me encantó e hincó el dedo en esa llaguita llena de nostalgia que, a raíz de mi trabajo, en vez de sanar, solo crece y crece. Por algún motivo, brotó de mí ese líquido nostálgico a modo de llanto incontrolable en la parte en que la protagonista y su padre transitan, subidos en una moto, la Avenida Libertador en Caracas, y tras ellos se ve un mural que, sinceramente, ni sé si recuerdo:

Cuenta Ena, hermana de la directora—y además inspiración para el personaje que interpreta—que la película quiso, en un principio, ser documental, pero pronto se convirtió en otra cosa. Su directora, Lorena Alvarado, deseaba mostrar lugares de Caracas que no necesariamente formaban parte de la historia familiar. Esta película evoca el esplendor arquitectónico y ese verdor profundo y hermoso de una ciudad que, aunque me vio nacer, apenas conozco y no visito desde hace quince años.
Es fácil caer, desde aquí, en la retórica de que todo aquello, allá lejos, es un país en ruinas, y aunque quizás algo de verdad hay en ello, pues sí, ruinas hay, también son ellas parte de un presente en el que, a pesar de todo lo terrible, de la maldad que gobierna, existe inmensa belleza, un gran misterio y aún, esperanza. En su incansable búsqueda de libros raros venezolanos, el librero y padre de la protagonista recorre Caracas con un optimismo enternecedor. Su búsqueda clama sobre la necesidad de no olvidar todo lo que Venezuela fue y lo que aún podemos ser. En tan solo pocos meses que llevo indagando sobre mi país (empecé tarde, lo sé), me he enamorado de su historia, de su complejidad, y su cultura riquísima.
Repite el personaje de la abuela una y otra vez la misma frase de un poema, Todo está igual como la tarde aquella... El muchacho que entrevistaba a Ena después del estreno aquí en Berlín confesó que la frase lo persiguió varios meses tras ver la película. Han pasado pocas semanas desde que la vi yo, y me ocurre lo mismo. Encontré el poema completo en internet. Es muy hermoso. Se los dejo por aquí:
En uno de mis ataques de extroversión no pude evitar escribirle un e-mail/carta de amor a Ena para expresarles a su hermana y a ella toda mi admiración y gratitud por regalarme un viajecito a Caracas (uno que espero poder hacer yo también en algún momento). Ena me contestó con inmenso cariño. Sospecho que en otra vida, en otra Venezuela, habríamos sido amigas. Espero lo seamos a partir de ahora, en nuestro país disperso. Ena compartió conmigo un corto animado muy tierno que también deseo compartir con ustedes por aquí. Sé que hay muchas joyitas de arte venezolano que me quedan por descubrir.
Hoy leí muchas malas noticias. Parecen no cesar nunca. Espero que mis dibujos y este poquito de arte venezolano les recuerden de todo lo bonito de allá afuera. Siempre está ahí.
Cristi mi amor, sigue dibujando y escribiendo! Pero no quemes tus dibujos aunque te parezcan que no te gustan. Yo te los guardo!! Te amo
¡Mucho ánimo en la recta final de tu proyecto! Me apunté la película, a ver si la localizo para verla.